La culpa es del escrutinio
QUÉ lees, me pregunta Arantxa viendo un libro que me asoma por el bolsillo.
Ella lee un Le Carré y admito que en principio la suya parece una lectura más apropiada para bajar a la playa. En principio, sólo en principio. Al final, como se dice ahora para comenzar cualquier frase por el final, al final mi libro se puede leer en cualquier sitio porque es macanudo y brillante, en ese orden.
Se trata de la Breve historia del mundo, de Gombrich. Uno cree saber más o menos lo esencial de la Historia y sin embargo Gombrich consigue contarnos la construcción de la Gran muralla china y la invención de la máquina a vapor, la guerra de las Termópilas y la noche de San Bartolomeo, las vidas de Confucio y de Mahoma como si las escucháramos por primera vez. Espóiler: Gombrich es más de Confucio que de Lao Tse.
Vale la pena enterarse de cómo fue que escribió esta biblia. Muy joven, en los años treinta, Gombrich acabó su tesis de Historia del arte en su Viena natal y se puso a buscar trabajo. Corrían tiempos duros para las humanidades y como no encontraba nada fue a ver a un amigo que trabajaba en una editorial. Este le comentó que tenía que publicar un libro de Historia para jóvenes en un plazo de tres meses. Gombrich aceptó el desafío y se puso a trabajar de la siguiente manera: definió un sumario y le acordó un día a cada asunto a tratar. Por las mañanas leía todo lo que encontraba sobre la cuestión en la biblioteca de sus padres. Por las tardes iba a la biblioteca de la ciudad y hacía otro tanto. Y por las noches redactaba el resumen de lo que había retenido de sus lecturas. Así hasta acabar el libro en el plazo del que disponía. El resultado, como digo, es superlativo: una historia vívida y contada con mucho ingenio a la que no le sobra ni media línea, una hazaña tratándose de la materia que trata.
Para mí, además, el hecho de estar escrita por un historiador originario del mundo germánico tiene un atractivo añadido porque conozco menos esa vertiente de la Historia: los merovingios y los mayordomos, Otokar y Rodolfo el fundador, los Nibelungos y Barbarroja, la dieta de Worms y Bismarck...
Ahora se ha publicado una versión ilustrada de tapa dura que está de muy buen ver, pero yo he leído la edición de bolsillo, lo que permite justamente que lo lleve en el bolsillo a la playa y el resumen quepa holgadamente en estas apretadas líneas.
Luego me he puesto con Giulia Lazzari y El traidor, de Somerset Maugham, a ver si logro alguna vez decirme que ya he leído todo lo que escribió el inglés. Como aún tengo fresca la lectura de su autobiografía puedo decir que si Madame Bovary soy yo, Ashenden, el protagonista de estos relatos, es Maugham. La prueba de esto que digo es que así comienza uno de ellos: «Ashenden tenía la costumbre de afirmar que él nunca se aburría. Aseguraba que las personas que se aburren son aquellas que carecen de recursos en sí mismas y que es una estupidez depender del mundo exterior para divertirse».
