Hacer koljós por última vez
EL mejor libro de un autor que me gusta suele ser el último, el que acabo de leer. Kolkhoze, el reciente libro de Emmanuel Carrère, no deroga a esta regla.
A lo largo de su obra y sobre todo desde El Adversario, Carrère ha ido perfeccionando su manera de dar cuenta de su realidad inmediata entretejiéndola con la realidad compartida con el lector, la pequeña historia con la grande, para decirlo con el lugar común. Esta vez, además, en este Kolkhoze, la materia que trata es de las más sensibles puesto que cuenta la muerte de sus padres nonagenarios en estos años de pandemia china y de guerra de agresión rusa en Ucrania.
El relato que hace Carrère de los últimos días de sus progenitores es muy emotivo. Cuenta que cuando él era niño y su padre se ausentaba por razones laborales, su madre les permitía a él y a sus hermanas dormir junto a su cama, ritual que llamaban hacer koljós. La noche de su muerte, en agosto de 2023, la fratría volvió a hacer koljós por última vez. El padre tampoco estaba porque el matrimonio vivía reunido y sin embargo separado, una aparente contradicción en los términos relativamente común en los hechos.
¿Por qué ventilar estos asuntos personales en un libro? Convencido de que nos acercamos a una catástrofe histórica sin precedentes —el derrumbe de la civilización, si no la extinción de la especie—, qué sentido tiene escribir sobre cualquier otra cosa, se pregunta el autor. Con todo, concluye, contar la vida sigue siendo la labor de un escritor. Si mis padres ahora están muertos y yo estoy vivo, lo cuento.
Como se sabe, Carrère es hijo de un padre francés y una madre georgiana-germano-rusa nacida apátrida en París en 1929 bajo el nombre de Hélène Zourabichvili. Hija de un padre georgiano y de una madre germano-rusa, refugiados ambos tras la revolución bolchevique y la posterior invasión soviética de Georgia, la futura Hélène Carrère d'Encausse obtuvo la nacionalidad francesa a los 21 años y fue durante una larga vida de éxitos académicos conocida como experta en la Union Soviética, diputada europea y secretaria perpetua de la Academia francesa. A pesar de algunos tiras y afloja entre madre e hijo, el último sobre la postura de ambos en relación a Putin y Ucrania, Carrère confiesa al final de Kolkhoze que su madre fue la persona más importante en su vida. «Soy el rostro de mi madre que se aleja sin remedio, soy la tristeza sin fondo de mi padre», escribe.
Sobre la guerra, «Pushkin no es Putin» dice la fórmula que mueve a distinguir entre el pueblo ruso y sus gobernantes. Durante años Carrère se mantuvo fiel a ella pero a partir de la invasión a Ucrania y tras sus últimas estadías en tierra rusa ha cambiado de opinión: «Nos engañábamos creyendo que el putinismo era simplemente un régimen mafioso, movido por ese resorte bien conocido que es la codicia. Porque se trata de otra cosa, escribe. Se trata de crear y de exponer a los ojos del mundo (...) el resentimiento, la violencia, la ignorancia crasa y el orgullo rancio de haber comprendido que la vida es la guerra de todos contra todos». En la medida en que el pueblo ruso no parece oponerse a esta movida grotesca se lo debe estimar consintiente.
Si lo dejan secuestrar Ucrania, el próximo paso de Putin será acabar de rusificar Georgia, convertirla en una Bielorusia con mejor clima. Carrère, cuyo abuelo materno era georgiano, cuenta en Kolkhoze que hasta hace poco no había visitado ese país caucásico, del que su prima Salomé Zourabichvili fue la primera mujer presidenta (en rigor no es su prima sino su tía segunda pero la proximidad etaria y los usos del francés hacen que la llame prima). Su descripción de Georgia es también alta en colores. A pesar de haber sido históricamente maltratados por rusos y turcos, los georgianos no tienen ningún complejo de inferioridad, al contrario. Así es como cuentan que al inicio del mundo Dios quiso darle una tierra a cada pueblo pero en el momento de la repartición los georgianos estaban como siempre festejando, no se enteraron del llamado y se quedaron sin tierra. Finalmente Dios, que tiene una debilidad por ellos, les entregó un trozo de tierra destinado a su uso personal, escondido detrás de unas montañas, rodeado de cimas nevadas brillando al sol y cubierto de fértiles valles sembrados de viñas. Os lo dejo, les dijo Dios a los georgianos. Y yo iré allí de vacaciones.
Como se ve, nada en las 550 páginas de este libro tiene desperdicio. Y es candidato desde ya al Goncourt, que debe de ser el único premio que no ha ganado Carrère en su carrera. Por cierto, el francés fue Premio Princesa de Asturias y, por una vez, obtuvo el galardón antes que su madre.
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SI pudiera, releería ahora su Novela rusa (2007) que está íntimamente asociada a este Kolkhoze porque en ella cuenta la triste historia del filósofo Georges Zourabichvili, su abuelo. Por hacerlo, su madre dejó de hablarle durante un par de años. Una novela rusa, que dice ser una novela pero no lo es, fue el primer libro de Carrère que leí. Me hizo gracia el personaje, a un tiempo cauto y diserto, cuando lo vi en la Feria del libro de Bruselas. La realidad que describe en él, la de un pueblo perdido de la Rusia profunda, algo que me resultaba entonces, y me sigue resultando ahora, completamente desconocido, me cautivó enseguida, además porque esa descripción va de la mano de una escritura fluida y de primerísima calidad.
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