Noche de vino y cerezas por el Camino de Santiago
EL 10 de diciembre de 2024, la editorial Laurel presentó en el Centro cultural de España, en Santiago de Chile, el libro Camino de Santiago, de Antonio de la Fuente. La biblioteca del CCE se hizo estrecha para acoger al público que llegó a escuchar la presentación de Andrea Palet, editora de Laurel, y los comentarios de los escritores Beltrán Mena y Roberto Merino. Tras agradecer, el autor firmó numerosos ejemplares del libro y, finalmente, los asistentes subieron a la terraza a brindar con vino y cerezas por la publicación de este Camino de Santiago.
Andrea Palet: En plena dictadura yo era una escolar de jumper, muy perna, y lo mejor que me podía pasar era cuando mis papás llegaban a la casa con la revista La Bicicleta. Eran mis ídolos. La Bicicleta fue muy importante para mucha gente y en esa época su editor era, yo no lo sabía, Antonio de la Fuente. Y esto no tiene ninguna importancia, pero si no lo digo ahora, cuándo más lo voy a decir: La Bicicleta me hizo mi primera entrevista a los 17 años. Mire, señor editor, lo que son las vueltas de la vida…
Por supuesto que no publicamos este libro por eso sino por lo que ha hecho Antonio desde hace años en su blog y en las redes sociales: una mezcla muy resonante entre las formas tradicionales y las nuevas formas de transmitir una curiosidad, un conocimiento y una perplejidad sobre el mundo.
Beltrán Mena: Si usted busca saber sobre la crianza de ornitorrincos o la estructura social de los arcángeles no lo va a encontrar en este libro, pero todo lo demás lo va a encontrar. Porque Camino de Santiago habla de todo, podría caer en la categoría de esas enciclopedias desordenadas, como la de Plinio el Viejo o la de Isidoro de Sevilla. Pero no es eso, es mucho más amplio, personal, amable y divertido. El autor domina todas las técnicas, todas las pausas y todos los trucos. Domina a la perfección el oficio y plantea sus ideas de manera bella y precisa. Son ideas agudas, divertidas, livianas y profundas. Es un libro realmente bien escrito y es imposible de juzgar en su totalidad. Es más bien un libro por el que hay que dejarse llevar.
Un par de ilustraciones:
«Dos hombres vestidos de negro y armados de lanzagranadas se precipitan sobre un auto en una calle en París y obligan al conductor a bajar. “Diga que ha sido Al Qaeda”, le espetan, a modo de explicación. El conductor responde: “Ya, pero esperen a que baje al perro”. Y los mismos canallas que acaban de masacrar a toda la redacción de Charlie Hebdo, y de rematar en el suelo a un policía apenas unos minutos antes, acceden a que el perro se quede junto a su dueño. No quiero decir que los terroristas tengan un corazón sensible a los animales, no. Lo que quiero decir es que esta es la realidad, y no hay otra.»
El segundo ejemplo que leeré es sobre el color de las lilas:
«Hoy es el día en que maduran las lilas. En el jardín las hay blancas y lilas. El color de las lilas blancas se pasa varios pueblos del blanco, mientras que el de las lilas lilas se acerca al añil, al azul paquete de vela, al azul del papel que envuelve a la manzana, como dice la canción de Caetano. Hago como siempre un par de fotos de las lilas en flor por mera manía de registrador, porque sé que la sensación que se desprende de las lilas ahora, esa carga de húmedo perfume, no cabe en una foto. Debería ser capaz de pintarlas. Pintar obliga a mirar mucho, antes y después. Y de eso se trata, creo, de mirar y de sentir demoradamente. El lilero no tiene mucha gracia fuera del momento de la floración. El fruto es más bien feo, el follaje es oscuro e inexpresivo y el ramaje –el porte– algo desgarbado. Tampoco valen las lilas para los floreros, donde se marchitan enseguida. Toda la gracia de la que es capaz, el lilero la pone en el momento de la floración. Que es este, el de esta tarde, ahora mismo.»
Creo que estos párrafos pueden resumir la perspectiva de Camino de Santiago, su filosofía, si tuviese alguna. Es un muy buen libro, me encantó, creo que lo disfrutarán también.
Roberto Merino: Acompañé este libro durante todo su proceso y por lo tanto me vanagloriaba de conocerlo al revés y al derecho pero a pesar de estar hasta ese punto involucrado en este libro, que me ha producido una especie de fascinación, antes de venir aquí me quedé en blanco. Me acordé de que —y aquí voy a contar algo más personal— cuando viene Antonio periódicamente a Santiago nos juntamos y hablamos hasta por los codos y luego cuando él vuelve a Bélgica la Cecilia, su mujer, le pregunta: «¿Cómo está Roberto?». «…Supongo que bien…». «Pero entonces, ¿de qué hablan?»… Y no hay nada más qué decir. Pasa lo mismo al leerlo.
Hay que tener una cosa en consideración y es que estos textos escritos desde la distancia tuvieron una circulación previa porque este libro es el fruto de una edición. Y es bien impresionante la translación casi alquímica que se produce al tomar estos textos, procesarlos y convertirlos en un libro: el resultado es casi mágico. Lo sé por experiencia propia, porque uno abre el libro y es como si lo leyera por primera vez: es otra cosa, una cuestión extraña, un espejismo. Esto justifica publicar como libro unos textos escritos para la prensa. El cronista más cototudo que ha habido en Chile, Joaquín Edwards Bello, consideraba que con crónicas escritas para el diario no se hacían libros, que las crónicas morían con el diario. Y no, se equivocó, porque a él lo conocemos sobre todo por las crónicas que escribió para La Nación hechas libro.
Y luego está la ambigüedad del nombre, Camino de Santiago, que creo que está operando siempre: por una lado el libro habla del Camino de Santiago original, de Compostela, y por otro lado está esa imagen de fondo de Santiago, como una especie de ciudad fantasma. Entonces leyéndolo uno comienza a ver varios caminos, porque el Camino de Santiago, que es el camino de vuelta a este lugar, está diversificado y va para todas partes. Es el camino hacia el oeste, en Galicia, y es el camino de cada uno de los viajes del autor, pero también es el camino de regreso al origen que, sin embargo, tampoco es el origen porque esa ciudad permanece en calidad de fantasma.
A mí me enseñaron a prestar atención a las canciones que a uno se le vienen a la cabeza cuando está pensando en su propia vida o en un objeto exterior. Mientras tomaba apuntes sobre este libro me vino a la mente una canción de Los Náufragos, Zapatos rotos: «Tengo mis zapatos rotos / Y es de tanto caminar / Lejos ya quedó mi pueblo / Voy camino a la ciudad». Cuando el libro habla de leguas y de zapatos, el que aparece es el peregrino que va de pueblo en pueblo a la ciudad, porque la ciudad es un objeto de atracción muy profunda.
Antonio de la Fuente: Voy a dar una vuelta de agradecimientos, espero no ser muy latoso pero es menester agradecer. Muchas gracias al Centro cultural de España, a la Cooperación española y a la Embajada de España por acogernos esta noche. Muchas gracias al equipo de la Editorial Laurel: Paula Loyola, Natalia Iza, Pablo Palet, Thomas Mayne-Nicholls, Carlos Maldonado y Andrea Palet.
Gracias especiales a Andrea Palet, la editora de este libro, que hizo un trabajo impecable editándolo y lo sigue haciendo al promoverlo. En marzo de este año le envié desde mi pueblo andaluz un manuscrito y exactamente nueve meses más tarde, ahora mismo, estamos presentando en Santiago esta robusta criatura de 333 páginas.
No quiero abusar de esta metáfora maternal que me ha salido sino sólo aprovecharla para saludar la presencia de mi madre que, a sus 97 años, ha querido estar presente hoy para acompañar ar niño. Página 33 de este libro, que tiene 333 páginas: «No hay nada más suave en el mundo que las mejillas de un niño recién nacido. Cosas que dice mi madre. Lo dice a la pasada pero yo sospecho que está hablando de mí.»
Gracias a Beltrán Mena por sus generosas palabras. Beltrán publicó en esta misma editorial, Laurel, un libro que se llama El Rey de las bolitas, donde aúna magníficamente imágenes y textos. Cuando lo terminé de leer, me dije que ese libro lo hubiese querido escribir yo. Con eso les digo todo.
Gracias a Roberto Merino. Roberto, lo han entendido, es mi amigo de toda la vida. Años atrás con él y Rodrigo Lira escribíamos a seis manos y componíamos un equipo de choque del que Lira era el mayor, Merino el menor y yo el del medio. Andando el tiempo, Lira, el mayor, se bajó del escenario y Roberto, el menor, fue publicando unos libros con los que se llevó todo por delante. Tanto así que yo seguí siendo el del medio. Si jugáramos ahora al manido juego de contestar a la pregunta sobre qué libro nos llevaríamos a una isla desierta, diría sin dudarlo que me llevaría un libro de Roberto Merino y, de ser posible, me los llevaría todos.
Ya, hasta aquí vamos bien. Y para no emocionarme, paso a saludar a mi familia de Chile, de Bélgica y de España, mis tres países; a mis hermanas y a mi hermano, a mis primos y sobrinos; a mi mujer, a mis hijos, a mis nietos. Sólo diré que si alguna vez escribí para la galería imaginaria, como la llamó Enrique Lihn, este libro lo escribí también para ellos.
Y por último, y no es lo menos importante, gracias a todos ustedes por no dejarme solo esta noche. Hablando días atrás con una escritora le conté de mi miedo de no ver llegar hoy a nadie y ella, que no tiene decenas sino miles de lectores, me dijo que le pasaba lo mismo, porque ese miedo nos viene de cuando éramos niños y temíamos que no llegara ningún amigo a nuestro cumpleaños.
Dos palabras sobre el libro, esta robusta criatura de suaves mejillas y 333 páginas.
El título, Camino de Santiago, es literal. Llegué a Santiago a los diez años pero, como decía Nicanor Parra, los provincianos no acabamos nunca de llegar a Santiago; y dejé Santiago a los treinta años, que es la edad de la razón, como la llamó Sartre, la edad a la que Cristo salió al mundo a predicar y Buda se sentó y no se volvió a levantar. O sea que he vivido dos tercios de mi vida lejos de Santiago, a donde he estado siempre yendo o viniendo. («No sé si voy o vuelvo de Santiago», escribió Gonzalo Millán).
Y es también inevitablemente una metáfora del recorrido de la vida. Este Camino de Santiago, mi camino, es también el peregrinaje que nos lleva allí donde vamos todos, se llame como se llame el puerto de llegada: Lovaina, Almuñécar, Cirieñu o la Laguna de Tagua Tagua, en mi caso. Roma, Jerusalén o Compostela. Talca, París o Londres. O incluso La Meca, Katmandú o Benarés. O bien Santiago de Chile, Santiago del Estero, Santiago de Querétaro, Saint-Jacques-de-la-Lande o la isla de Santiago en Cabo Verde. O el Santiago Morning...
Y sobre la imagen de la portada, el Conte Verde surcando el Atlántico. Es el barco que trajo a mi padre desde Barcelona a Buenos Aires hace ya tantos años. La historia de ese barco la cuento brevemente en el libro, cuento que contiene la para mí entrañable imagen de Antonio a los 18 años cantando en la cubierta del barco «Mucho me gusta la sidra». La imagen incluye también la presencia de Tomás Corrada, el tío Tomás para nosotros, con quien vino mi padre en el Conte Verde y vivió su vida a pocas cuadras de aquí. Manuel Corrada, su hijo, murió hace poco en Guipúzcoa y legó su biblioteca a una universidad chilena y sus haberes al Museo del pueblo asturiano. De la casa de los Corrada en Asturias se ve la casa de mi padre y recíprocamente y sin embargo para ir de una casa a la otra hay que dar una vuelta tremenda. Porque así son los montes astures, tremendos, como tremendos son estos montes de aquí.
Y sobre el interior del libro, sobre las 333 páginas que lo conforman, si tiene un mérito, uno solo, es que estas páginas se pueden leer de arriba a abajo y de adelante para atrás, y se pueden saltar como en el juego de la rayuela, respetando en ese sentido el Decálogo de los derechos del lector, tal como los expuso Daniel Pennac, el octavo de los cuales es el sagrado derecho a picotear. Incluso se puede poner el libro al revés, como hacía George Bush, y así encontrarán tal vez algún palíndromo.
Un palíndromo es una palabra o una frase que se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda, como en Somos o no somos. Me he ganado la vida como traductor y por eso puedo confirmar que no hay manera de traducir un palíndromo y para dar con la idea hay que inventar otro. Así es como pueden encontrar en el libro uno que otro palíndromo, de esos que cultivaba con esmero mi amigo Marcelo Maturana, que murió en Santiago el año pasado. Si leen el libro al revés verán que el último texto, o sea el primero, es un emocionado obituario de Maturana.
Pero el libro no se cierra del todo porque, se lo he escuchado decir a la Andrea, es una bitácora de vida y viajes. Y la vida sigue su curso con o sin nosotros y los viajes también. Este libro para mí, y espero que también para ustedes, supone el jalón más reciente de la bitácora, un nuevo viaje que comienza esta noche su andadura.
Sobre el hecho de publicar sólo ahora un primer libro, creo que hay tres categorías de escritores: 1/ Los escritores que escriben y publican, el gremio, los que todos conocemos. 2/ Los escritores que escriben y no publican, imposible conocerlos a todos porque hay muchos más de los que imaginamos. 3/ Y, por último, los escritores que ni siquiera escriben. Yo fui uno de estos últimos durante mucho tiempo y si ahora asomo entre los primeros lo hago sin esperar nada pero también sin desesperar. Supongo que la edad permite tomarse estas libertades. Todo lo que venga me parece bien y lo que no venga también.
María Gainza, autora de un precioso libro publicado por Laurel, El Nervio óptico, cuenta en su último libro, Un Puñado de flechas, un encuentro con Francis Ford Coppola en Buenos Aires. Coppola le dice a Gainza que el artista (en mi caso vamos a dejarlo simplemente en el autor) viene al mundo con un carcaj que contiene un número limitado de flechas. Y puede lanzarlas todas cuando joven, o cuando adulto, o incluso ya de viejo. Pues eso, estas son mis flechas, tardías pero no por eso menos dirigidas al corazón del mundo.
Sobre los libros y los viajes, es evidente que no es necesario viajar para escribir ni menos aun escribir para viajar. Como sea, yo comencé a viajar cuando joven, imitando seguramente a mi padre que había llegado de lejos, y siguiendo también el aire de esos tiempos: Los vagabundos del Dharma, Los caminos de Katmandú, Los caminos de la libertad… Aquí está mi amigo Miguel Ángel Larrea, con quien recorrimos América del Sur escribiendo reportajes y enviando imágenes y reportes: El Diario de Cooperativa está llamando.
Más tarde, en Europa, el trabajo me llevó a lugares remotos, adonde el ánimo peregrino me hizo ir y volver. Una vez que estaba en Bodrum, en el sur de Turquía, mi amigo Miguel Roig me preguntó si iría a Estambul y le respondí que no porque me acababa de leer un par de libros sobre la antigua Constantinopla. No dije porque pero casi. Parece una boutade pero lo es sólo a medias. Corneluis Berg, el entrañable pintor de uno de los Cuentos orientales de la Marguerite Yourcenar, decía que conocía mejor los países a los que viajó cuando preparaba esos viajes que cuando volvía de ellos.
Otra vez había terminado de leer un libro que me había gustado mucho y como comenzaba a sentir esa especie de pena que entra cuando uno se separa de un buen libro encendí la tele y vi circular unas imágenes que de toda evidencia eran las del libro que acababa de cerrar. Era el Nocturno indio, de Antonio Tabucchi, llevado al cine por Alain Corneau, un recorrido por la India, de Bombay a Goa. Me encantaría que a alguien le ocurriera algo similar con algún recorrido de los que hablo en este libro.
Y teniendo en cuenta que viaje y camino pueden ser sinónimos, puedo decir que el viaje más total que he hecho es un viaje al Yemen, del que también hablo un poco en el libro. Tal vez valga la pena contar esto brevemente. Cuando mi hijo comenzó a ir a la escuela la odió con todas sus fuerzas. Hablamos con él y le dijimos que no teníamos alternativa que ofrecerle porque la escuela era sí o sí. Y que no le cupieran dudas de que la escuela le iba a gustar y le iba a ir muy bien. Tanto así que cuando acabara la escuela primaria iríamos a celebrarlo al lugar del mundo que él escogiera. El niño nos miró con los ojos bien abiertos y no dijo nada. Pero lo bueno es que la fórmula funcionó. A las dos semanas se sabía de memoria los nombres de todos los países con sus capitales y comenzó a irle bien en la escuela al punto de que incluso empezó a gustarle. Tanto así que hoy es profesor. Año a año iba cambiando el país al que iríamos: un año era la Polinesia, el otro era Sri Lanka y finalmente el país escogido fue el Yemen. Y por fortuna fuimos en el momento justo, en julio de 2001, porque ese país eternamente en guerra se cerraría por completo al mundo un mes más tarde tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. El Yemen es un país alucinante y ese viaje lo fue para nosotros de principio a fin. Pasolini filmó allí buena parte de sus Mil y una noches que, además de ser un filme extraordinario, tiene el buen gusto de dejar asomar a la Arabia feliz de los cuentos por sus imágenes.
Ya. Y como insisto en que no quiero emocionarme me llevo esta imagen, la que componemos ahora, en el corazón para no llorar mañana en el aeropuerto y para que sí me acompañe en el viaje de regreso que ahora emprendo. Y estoy seguro de que me ayudará a pasar de la tibieza del verano de Santiago al frío que reina por estos días en el Viejo Mundo. En el libro cuento también que a veces de regreso del verano austral, viendo el avión adentrarse en la fría oscuridad del noreste, me he preguntado si estoy bien de la cabeza.
Me dijo una vez Joaquina en Cangas de Onís: «No somos para despedirnos». Y sin embargo no hacemos más que despedirnos. Tanto así que estando yo en San Martín de Trevejo, ese precioso pueblo extremeño situado en la frontera hispano-portuguesa, donde se habla un bable como el de Joaquina, escribí: «Mañana marchu d’esti pueblu y nun ye que nun quiera quedame». «Mañana me voy de este pueblo y no es que no quiera quedarme».
Muchas gracias nuevamente y les recuerdo que con mucho gusto estaré firmando el libro con un lápiz de cuatro colores. Pueden elegir el que prefieran.
Chukrilla, muito obrigado, merci beaucoup.
Transcrito sobre grabaciones de Alejandra Martí, Ana María de la Fuente y Santiago Ruiz. Fotos de Alejandra Martí y Miguel Ángel Larrea
EL libro está disponible en Amazon, donde pueden leerse largos extractos, y en Laurel.