Siete libros de 2024
EL ÚLTIMO de Roberto Merino, Diario de hospital. A los 33 años, Merino pasa varias semanas en un hospital recuperándose. Si el libro resultante es conmovedor no lo por eso sino por muchas otras razones y también porque el autor no se siente obligado a tener que contar algo en particular, lo que libera la escritura de unos cuantos pesos.
LA NOVELA de Ignacio Álvarez, El último neógrafo, un Bartleby que preferiría no hacerlo pero lo hace y no una sino un par de veces: la primera defenestrando a un monarca y la segunda desatando un estallido. Pertinente y muy bien contada, la historia de Juan Marín, el hijo de un cacique y de una cautiva, transcurre entre la Araucanía y Valparaíso, y entre otros méritos tiene el de activar un sutil mecanismo a través del cual un narrador al inicio invisible va haciéndose con el protagonismo y acaba desplazando al personaje en un cuerpo a cuerpo final emotivo e intenso. El sueño de la razón produce monstruos, en este caso una bestia que tiene mucho de ángel.
LAS PEPITAS de María Gainza, que encuentra oro en los pliegues de su experiencia como rebuscadora en el mundo del arte y lanza las flechas doradas de su carcaj al corazón de las cosas perdidas o cuando menos escondidas en Un puñado de flechas. La metáfora del oro se le debe a Alan Pauls, la de las flechas doradas a Ford Coppola y las pinceladas a Cézanne, a quién si no. Tras su insólito y excepcional Nervio óptico, sus fans no esperábamos menos y lo bueno del caso es que Gainza nos da aun más.
LA PROSA de Barbara Mingo en Lloro porque no tengo sentimientos. En el prólogo del libro, Daniel Gascón dice que la autora es «emocionante sin ser cursi, mística sin monsergas, natural y misteriosa: es una poeta panteísta y una humorista. Al leerla, al entrar en su longitud de onda, la realidad se vuelve más intensa, se ilumina». Véase si no lo que escribe: «Que desde tu ventana se vea el cielo, recomienda o desea un proverbio malayo. Yo creo que es para que puedas ver pasar los pájaros. La renuncia a pretender lo que amamos la podemos practicar con ellos, ya que no tenemos más remedio». O bien: «También resulta bastante raro el mamífero humano, que se abrocha los botones, hace cola en la nieve, toca el arpa y puede pasar años sin hablarse con su hermana». Cuando me lo recomendó, Montano añadió que era un libro hecho para mí. Es lo mejor que me dijeron en el transcurso del mes de mayo.
LAS COLUMNAS de José Antonio Montano en Zona de confort. El tiempo protagoniza estas columnas, el tiempo, su materialidad, sus figuraciones. Se trata de un protagonismo paradójico porque a la vez que se presenta el tiempo se escurre y nos esquiva. El columnista lo coge por los cuernos sin embargo, como hace el forcado con el toro en la corrida portuguesa, y lo despliega sobre la arena, así sea esquivo, escurridizo y escamoteado. Allí está, allí se queda.
UN COETZEE reciente, El vigilante de sala, un breve relato con Elizabeth Costello, su alter ego y ahora flamante viuda, frente a unos Goyas y a un vigilante en El Prado, y una línea de fuga hacia una playa andaluza.
LAS CRÓNICAS de Marcelo Maturana en El color de la noche, que compiló Andrés Braithwaite, su editor en el diario en que se publicaron en su día, se leen mejor impresas porque el libro es un formato tibio como el pan fresco. El humor de Maturana, su inventiva, se despliega en estas páginas con una gracia que tras su muerte se tiñe de melancolía.
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Me refiero aquí sólo a libros publicados en 2024. Y me precio de que todos los autores mencionados sean amigos míos reales o imaginarios o estén a punto de serlo, lo que no les quita méritos sino todo lo contrario.