La truculencia flamenca


CUALQUIER comunidad humana rumorea de lo lindo más o menos bajo cuerda. Lo hace para mantener el equilibrio, sostiene el funcionalismo, y el mimetismo matiza diciendo que es más bien para señalar por dónde ha de ir el modelo y por dónde no, a quién promueve y a quién excluye. Morin lo ejemplificó limpiamente con su estudio canónico sobre el rumor de Orleans. Lo que hace Claus es por el estilo a través de un ejercicio literario que muestra como un muchacho originario de un pueblo flamenco profundo que va a a ganarse un lugar en Africa y en el mundo como mercenario en los años sesenta no encuentra cabida en ese mismo pueblo a su vuelta.

Y cualquier época tiene su sí es no entre la tradición y la modernidad, aunque se suele admitir que el de los años sesenta fue particularmente intenso. Ese es el tiempo de este relato, en el que coexisten con todas las dificultades del caso majorettes en minifalda con beatas meapilas oxidadas desde el bajo medievo. La truculencia flamenca tan bien retratada por Bruegel y Ensor pone el telón de fondo. Claus, que escribió el libro definitivo sobre estas cuestiones, La pena de Bélgica, ilustra aquí el conjunto con maestría y un inconfundible regocijo.

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