Ser español de Oriente
LA emoción que alguien siente una vez, apenas la sorpresa y el contentamiento que un viajero experimenta al encontrarse con otros viajeros que a él le resultan extranjeros y sin embargo hablan su lengua y se reconocen como sus compatriotas aunque hayan nacido lejos. La cuenta sin retórica ni guiños a la épica Angel Pulido, un viajero español de fines del siglo XIX, al describir sus sorpresivos encuentros con Semaria Mitrany, natural de Kalarash, en Rumania, y Enrique Bejarano, natural de Zagara y radicado en Bucarest. Y esa emoción la puede sentir también el lector porque Pulido tiene a bien anotarlos y publicar esas notas que pueden leerse en esta recopilación de relatos de viajeros españoles del siglo XIX por países exóticos, compilados por Lily Litvak allá por los años ochenta.
«Ves que bueno es Dios, que hoy nos proporciona la ventura de ir en este barco y conocer a estos señores que son de España, nuestra querida madre patria, y hacernos sus amigos», le dice Bejarano a su mujer, que habla castellano como él, aunque también ha nacido lejos. «Yo no soy español de España, soy español de Oriente», dice por su parte Mitrany. «Me conmueve aquel puro y legendario amor a la patria de sus remotísimos abuelos», apunta Pulido. De ese Oriente donde hay gente que continúa hablando castellano cientos de años después de que sus ancestros hayan sido forzados a abandonar España tal vez no quede ya mucho más que relatos como éste que a mí, lector extemporáneo de un libro fuera de circulación, me conmueven. Me conmueve sentir la emoción de Pulido, Bejarano y Mitrany en sus sorpresivos encuentros allá por donde el Danubio se abre paso hacia el Oriente.
