Por la pintura malagueña una vuelta al revés
ME doy una vuelta por el Museo de Málaga al revés y sin querer queriendo comienzo por lo más reciente. La famosa nueva figuración de los años ochenta me hace detenerme en este Retrato onírico de Fred Astaire, de Juan Fernández Béjar, y si me retiene es menos por la relación de la imagen con el título (es curioso que se asocie lo onírico con lo tirado de los pelos porque ¿quién sueña cosas tiradas de los pelos?) y más porque me hace gracia.
A POCO andar veo esta Eva de Juan Barbero Martínez, de 1945, pintor del que hasta ayer no sabía nada. Del cuadro, en cambio, de la Eva pintada, de su desnudez, de su candor, uno cree saberlo todo. Encuentro una única referencia a la tela y dice que la modelo fue una bailaora llamada Isabel Expósito, apodada la Coreana, probablemente por sus rasgos orientales, y a la que el pintor conoció en la largas esperas en las filas del racionamiento en la posguerra.
LA siguiente parada es frente a una de las imágenes más conocidas del museo, el cuadro de grandes dimensiones de Enrique Simonet titulado Y tenía corazón. Me detengo por el título, justamente, por escrutar la relación entre el título y la imagen, porque una vez que lees el título es imposible no mirar la imagen. Es verdad que la gente no va por los museos leyendo los títulos antes de mirar los cuadros. Pero es verdad también que un buen título puede reforzar el interés por la imagen, como en aquel cuadro de Sorolla, ¡Aún dicen que el pescado es caro!, contemporáneo de este de Simonet, que percutiría menos de llamarse Sin título o El Forense o incluso La Autopsia. Muchas veces el título con el que se conoce una obra no es el que le dio su autor. Y los pintores, por afirmar la preeminencia de la imagen, su condición supuestamente inefable, rehuyen los títulos descriptivos. Pero un buen título, aun si impone y condiciona una lectura de la imagen, también la carga de sentido. Lo que examina el forense es un corazón, entonces. Y la presunción que el título deja flotando, que la occisa no tenía buen corazón, se abre paso en el espíritu del espectador para quedarse.
UN paraje natural, un paréntesis entre tanto personaje. Antonio Muñoz Degrain fue un pintor muy celebrado a inicios del sXX y el Museo de Málaga expone buena parte de su obra. No hay nada de ella que me guste particularmente salvo este cuadrito, Río Piedra, que, ya digo, supone un remanso.
Y YA, lo último por ahora, esta tela que está en el almacén del museo o, más bien, en la parte del almacén abierta al público. Que el museo haya agenciado un espacio que permite ver de cerca parte del expurgo es un logro. Los visitantes podemos circular por el acopio, abrir cajones, curiosear. El efecto conseguido es el de un gabinete de curiosidades amplificado. Sobre este retrato que recuerda los de algún maestro florentino del renacimiento, Botticelli, por ejemplo, y a Corot, en cuyas telas suele verse algún personaje tocado de rojo, me ha sido imposible encontrar algún dato. Lo cierto es que lo basto del acabado de los rasgos del rostro le da al personaje un aire como taimado y lo vuelve muy humano.

