La lista de las obras del Prado que más miradas atraen
PASO UNOS DIAS en Madrid y voy al Prado unas cuantas veces. El primer día pago la entrada y me tiro unas buenas horas recorriendo las salas, con pausas para comer y merendar en la cafetería porque la contemplación da un poco de hambre. Luego me entero de que hay manera de entrar gratis en horario vespertino y sigo esa rutina los tres días siguientes, no sólo mirando esculturas y pinturas sino también a la gente. A ver qué miran. Y es así como establezco esta lista de las obras del Prado que más miradas atraen.
Antes de presentarla hago la salvedad de que el propio museo distribuye graciosamente un plano con treinta recomendaciones, guía que muchos visitantes siguen. De manera que es doblemente comprensible que las obras más miradas sean las que forman parte de esa lista. Y también porque los Bosco, los Durero, el Carabacho (sólo hay uno), los Velázquez, los Goya y los Sorolla gozan del favor del público por otro montonazo de razones que huelga detallar.
Así las cosas, esta es la lista de las obras más contempladas por el público a pesar de no estar en la lista de recomendaciones del propio museo:
1/ San Bernardo y la Virgen, Alonso Cano, 1652
«Escena de la vida de San Bernardo que relata el momento en que el santo recibe un chorro de leche de una estatua de la Virgen con el Niño, situada en un altar, mientras un cardenal contempla el milagro con las manos unidas en oración», dice la cartela. Tal como el hábito, todo en San Bernardo es albo, el pelo y la barba cana e incluso la palidez de su piel que tira al blanco, como si la leche que recibe lo fuese pintando enteramente de blanco. La ventana circular arriba a la derecha indica que se trata de una escena de interior, íntima, y la figura del cardenal, abajo a la izquierda, exactamente en el lugar desde donde el espectador contempla la tela, apunta que si bien es una escena íntima no sólo nos está permitido mirar sino que incluso se nos invita a hacerlo. De lo que no se privan los espectadores, sobre todo los hombres jóvenes. Si van en grupo caen en ataques de risa mal contenida y no tardan en ir a buscar a otros miembros del colectivo que deambulan por allí para enseñarles la tela como si de celebrar un gol se tratase.
2/ Eugenia Martínez Vallejo vestida y desnuda, Juan Carreño de Miranda, c1680
Tenía siete años y pesaba 70 kilos. Fue llevada ante la Corte para ser admirada y el Rey le pidió al pintor que la retratara. Carreño la retrató dos veces, vestida y desnuda. En el museo los dos retratos están cerca el uno del otro pero no al lado. De manera que algunos espectadores que no leen las cartelas ni van siguiendo la audioguía descubren por sí mimos la unidad de sentido de ambos cuadros. Lo que lleva a multiplicar las idas y venidas entre los dos retratos así como los comentarios bajo cuerda. Pongo sólo uno de los dos retratos para estimular la natural curiosidad de los lectores.
3/ Agnus Dei, Francisco de Zurbarán, c1640
Que la gente se detenga y se recoja frente al cordero de Zurbi no tiene nada de sorprendente. Lo curioso más bien es que este no esté en la lista de los treinta prioritarios del museo aunque, claro, la riqueza del lugar es tal que podrían hacerse treinta listas de treinta y aun quedarían fuera unas cuantas obras maestras. «Las fórmulas de representación que utiliza Zurbarán, aislando artificiosamente un motivo y recreándose en la trascripción de su volumen y su textura, son típicas de la pintura de naturalezas muertas», explica la cartela. Será una naturaleza muerta pero su protagonista está vivo, para comprobarlo basta con mirarlo de cerca, como vivo está lo que representa. En la historia bíblica, Abraham está dispuesto a sacrificar a su hijo por obedecer a Dios y por eso Dios le concede que sacrifique a un cordero en su lugar. Pues bien, el cordero de Zurbarán lo tiene todo del inocente que se presta para que el sacrificio se consume y está llamado a ser salvado cuando el corazón del hombre así lo entienda.