Anton Bruckner compuso nueve sinfonías y tuvo nueve novias pero la novena quedó inconclusa

ANTON BRUCKNER compuso nueve sinfonías aunque la novena quedó inconclusa, a quién no le pasa. Se cuenta también que tuvo nueve novias, o él las consideró como tales y les propuso matrimonio aunque el sentimiento estuvo lejos de ser recíproco y todas le dieron largas. Salvo la novena que se lo estaba pensando cuando Anton murió. También es cierto que ya tenía 72. 

Según su médico de cabecera, Anton se despidió del mundo tal como vino, virgen de cuerpo y de alma, por lo que hay quien lo describe como un ser sobrenatural. La verdad es que fue un tímido maestro de escuela rural, solitario y lleno de manías, que acabó por ser reconocido como virtuoso instrumentista y maestro de la sinfonía pero nunca se sintió cómodo en ningún sitio ni mucho menos entre las elites. No pongo su retrato para no desanimar a nadie pero prometo contar la historia de sus amores en Las historias de amor acaban mal, un soneto que está por publicarse.

Sintiendo estoy aún los acordes del adagio de la séptima aunque fue hace ya varios días que me acerqué a Bruselas a escuchar la versión de la Filarmónica dirigida por Kazushi Ono. Flagey, el lugar del concierto, es un edificio modernista construido en los años treinta como sede de la radio pública y su auditorio principal es una soberbia concha de madera que posee una acústica perfecta para escuchar la séptima de Bruckner. 

Si sus cuatro movimientos son sobresalientes, el adagio es emocionante. Es una emoción vieja ya de casi un siglo y medio porque lo que llevó a Bruckner a componer ese adagio es la tristeza que sentía ante la muerte inminente de Wagner, su venerado maestro. Y sin embargo esa emoción por la vía de las cuerdas y los vientos pasa a ser enteramente nuestra. Eso es el arte.

Tanto así que el adagio bien vale el concurso de un percusionista que sólo da un platillazo en los setenta minutos que dura la sinfonía, pero lo da en el momento justo, en el momento en que hay que darlo, esto es en el clímax del adagio y supongo que cobrará por dar ese único golpe lo mismo que los demás instrumentistas que se desgañitan más de una hora con sus instrumentos. De hecho hay versiones de la séptima que prescinden del platillazo, lo que hace con que en el brucknerismo los seguidores se dividan en dos corrientes: con y sin el platillazo. Yo milito en la primera.

___________________________

Este es el tan mentado adagio de la séptima de Bruckner en la versión de la Orquesta del Concertgewoub de Amsterdam, ciudad que en relación a Bruselas viene a ser el pueblo de al lado. El platillazo está en el minuto 16.

Entradas populares de este blog

Noche de vino y cerezas por el Camino de Santiago

Siete libros de 2024

La alargada tristeza del ciprés