Zurbarán por Somerset Maugham y la gracia de Dios

EL texto que le dedica el novelista inglés William Somerset Maugham al pintor extremeño Francisco de Zurbarán es una breve monografía publicada originalmente en una revista. Pero Maugham se acomoda en él con tal facilidad que puede irse un par de veces por las ramas sin abandonar el tronco, tal es su arte. Así es como abre el librito contando la historia del milagro de Guadalupe, en cuyo monasterio colgaría Zurbarán siglos más tarde algunas de sus telas.  

Otro à côté de Maugham, perfectamente pertinente a fin de cuentas: «Una de las cosas que deben asombrar al forastero en España es la ternura con que los españoles tratan a los niños. Por más cansinos, intrusivos, tercos o ruidosos que sean, nunca dan la impresión de perder la paciencia con ellos», escribe a propósito de los bodegones de Zurbarán, que le parecen pintados con una ternura semejante. Si se podía permitir estos desvíos aparentes es porque sabía de qué hablaba: por una parte conocía bien España por haber pasado largos períodos de su juventud en Sevilla y, por la otra, huérfano él mismo, fue criado por un tío emocionalmente más frío que el hielo al tocarlo.

Su ajustada pluma produce una síntesis notable de la vida y la obra del pintor manchego. Sin énfasis inútiles y siempre con pertinencia, el novelista inglés da con el tono justo para acercar el pintor a sus lectores. Con distancia pero también con cariño, al punto de decir, argumentándolo, que uno de los más grandes creadores de imágenes del siglo XVII, coetáneo y comparable a Velázquez, carecía de imaginación.

Una imagen menos conocida de Zurbarán que destaca Maugham es la del beato John Houghton (abajo), una figura significativa para los católicos ingleses, puesto que este monje cartujo fue martirizado por mantenerse fiel a la fe franciscana en contra de los designios de Enrique VIII, que puso a la iglesia de Inglaterra bajo su dominio en el siglo XVI.

«Sólo por una rara combinación de técnica, hondura de sentimiento y feliz azar puede el artista lograr esa belleza que en sus efectos es afín al éxtasis que los santos ganan con la oración y la mortificación», concluye Maugham. «Entonces, sus poemas o sus pinturas manifiestan ese sentido de liberación, exaltación, felicidad, generosidad de espíritu que los místicos gozan en unión con el Infinito. Me emociona hasta maravillarme que Zurbarán, aquel hombre laborioso, honesto, práctico, en una pocas ocasiones de su larga vida haya sido transportado fuera de sí, nade sabe por qué, como para haber hecho precisamente eso. Es como si la gracia de Dios hubiera descendido sobre él».

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