La Guerra del 14 y su dolor fantasma
LA GUERRA consiste para los combatientes en gran medida en pasarlo pésimo. Y arrastrar a ese mal rollo a cuanta criatura humana o animal los rodea. Ni siquiera las ratas del subsuelo, que tienen las trincheras a sus alcance para librarse a sus propias tropelías, escapan del menoscabo colectivo. En el penúltimo capítulo de 14, la novela de Jean Echenoz que lleva ese título por el año en que comenzó la Gran Guerra, el autor detalla la triste suerte de los animales que entran en contacto con los beligerantes.
El relato sigue a dos hermanos originarios del noroeste francés movilizados al frente este y cuenta entre otras cosillas cómo uno de ellos y sus camaradas le quitan un par de costillas a una vaca viva. Siniestro detalle que me recordó el que me contaba una amiga de sus tiempos como cooperante en unas barriadas pobrísimas de Dacca, la capital de Bangladesh, en las que los pobladores criaban algún que otro cerdo y, ante la imposibilidad de guardar fresca su carne si los sacrificaban, les iban quitando alguna presa al día a día mientras los mantenían con vida.
En el capítulo final de 14, uno de los protagonistas es desmovilizado porque pierde un brazo en una explosión y pronto comienza a sentir el terrible dolor fantasma en el miembro perdido, un fenómeno rarísimo por su naturaleza y sin embargo muy común entre los amputados. Uno no sabe si habiendo perdido un par de costillas a manos de los soldados la vaca siente también un dolor fantasma. Echenoz cuenta estas cosas tremendas y tremebundas con naturalidad y cierto distanciamiento.
Tentado esta uno de pensar que mientras peor lo pasa la gente más cruel puede llegar a ser con sus semejantes y ni qué decir con los animales, pero esta correlación mas o menos evidente no se da en el sentido contrario porque si bien los privilegiados no siempre practican directamente la crueldad sí la permiten, así sea por omisión. Y no parecen sentir al respecto ni el mas mínimo dolor fantasma.