El farsante es un personaje inquietante
HACIA el final de Marco, la verdad inventada, cuando el impostor ya ha sido desenmascarado, se ven imágenes de la presentación en Olot de la obra que Javier Cercas consagró al personaje, libro que se llama precisamente así, El Impostor. Le preguntan a Cercas si no le parece raro que aparezcan simultáneamente dos libros sobre el caso. Lo raro es que no aparezcan ochenta, responde (tal vez diga incluso ochocientos), tan bestial es el caso. En ese mismo momento se escucha desde el público la voz de un hombre que le grita «embustero». Anda, pero si es Marco en persona, exclama Cercas, reconociéndolo, y a continuación lo invita a unírsele en el escenario. A lo que Marco se niega mientras se retira de la sala dando nuevas voces y llamándolo «mentiroso», «amigo de Vargas Llosa»...
Conocía el caso del impostor Marco por la prensa y por haber leído el libro de Cercas. Lo que no me impidió seguir esta vez la historia en la pantalla con toda la perplejidad que el tupé del personaje provoca. ¿Qué anima a un anónimo peón del nazismo a entrever la posibilidad de reinventarse como sobreviviente de un campo de concentración y a convertirse por arte de birlibirloque propio en víctima aureolada de heroísmo y vivir en lo sucesivo del cuento y comer de esa gloria? El farsante es un personaje inquietante: ¿tanto puede mover el ansia de notoriedad? Y tanto más, por lo visto. Porque inventarse una identidad es tal vez el postrer intento por doblarle la mano a una vida que te ha condenado a tus propias limitaciones. La derrota final del Marco heroico se produce en la puerta del horno de la gloria, cuando a punto está de pronunciar un discurso a nombre de la Asociación de deportados en Mauthausen en presencia del presidente del Gobierno español, y es desenmascarado in extremis por el historiador Benito Bermejo. Después de morder el polvo de la derrota, al Marco mono de goma parece importarle menos el desenmascaramiento que el hecho de comprobar que se le acaba el tiempo para intentarlo de nuevo.
Que yo haya seguido el caso esta vez en la pantalla como si fuese la primera vez que me expusiese a la historia se lo debo a la calidad de la propuesta, a la habilidad de la puesta en escena y a la sobresaliente actuación de Eduard Fernández, que encarna un Enric Marco francamente de película. Cuando cayó el telón en el cine club de mi pueblo, donde la vi ayer, el público prorrumpió en un espontáneo y nutrido aplauso. Al que me sumé con entusiasmo.