Diario del gran apagón
LO único que funciona es la paciencia, dijo una señora en el bazar chino
Vivo en un séptimo piso. Suelo subir y bajar a pie pero al mediodía de ayer lo hice en ascensor porque venía del supermercado con la compra de la semana. Acabé de guardar las cosas y a las 12 y media me senté en el balcón a descansar. Poco después escuché a un vecino llamar por teléfono desde su balcón para encargar una botella de butano. Qué curioso, alcancé a pensar sin pensar, porque sé que en este edificio todas las cocinas funcionan con electricidad. Un rato después golpearon a la puerta. Golpeamos, me explicó Diego, porque el timbre no funciona, no hay luz en todo el pueblo. Poco después llegó un mensaje de otro amigo diciendo que era toda la península la que sufría un apagón.
A las 12h33, a la hora del apagón, sólo había un vecino en el ascensor. Tardaron dos horas en abrir las puertas y sacarlo por un boquete. Entretanto, a la entrada, bromeamos con un grupo de vecinos sobre quién ya tiene el kit de emergencia y quién no. Y apuntamos a los lugares en los que se podía comprar velas o pilas… Sobre la responsabilidad del apagón, Putin llevaba la delantera…
Por la tarde había previsto ir a cortarme el pelo. Conozco al peluquero y me dije que si no tenía carga en las maquinillas usaría las tijeras y así fue. El pueblo funcionaba con normalidad salvo por el comercio, que había bajado las cortinas. Menos el Mercadona, que tiene un generador propio, y el bazar chino. En el supermercado no quedaban velas ni cerillas (ni cereales, ni agua ni papel higiénico). En el bazar chino había fila para comprar las últimas velas y cerillas y lamparillas. En estos casos, lo único que funciona es la paciencia, dijo una señora en la fila.
Más tarde nos enteramos de que la luz estaba volviendo gradualmente desde el norte. Yo vivo en un pueblo al sur de Andalucía, frente al mar, al otro extremo de la frontera francesa, de modo que me acordé de la señora de la fila en el bazar chino y me dije que tendríamos que armarnos de paciencia.
Al anochecer cenamos unos bocadillos y la ensalada tradicional de este pueblo, que lleva aguacates y manzanas bañadas en una vinagreta de mostaza, y decidimos no volver a tocar los teléfonos para no agotar las baterías que estaban ya bajo mínimos. Me dormí temprano leyendo a la luz de una vela.
Me despertó a las tres de la madrugada el sonido del teléfono avisando la llegada de un mensaje. Tuve que esperar unos minutos a que el teléfono se cargase para poder verlo. Desde Madrid, Daniel contaba que tardó cuatro horas para volver desde su trabajo hasta su casa, dos horas en coche y dos horas a pie. Que pasó por Atocha y vio cómo la gente que no había podido viajar se preparaba para pasar la noche allí. Estaba lleno y había inquietud pero no desbordes. Finalmente la luz llegó a medianoche a su barrio.
Como «apagón» ya lleva incorporado un aumentativo, el diario titula «El Gran Apagón». Y para mi sorpresa lleva otro titular que dice que en Madrid no funcionaba nada, salvo la paciencia, por lo que vuelvo a recordar a la señora de la fila del bazar chino. Y me digo que al menos por esta vez tenía razón.