Adiós salvaje
Hay en Adiós salvaje equívocos miméticos de los buenos: «Yo quería ser como Wesley (el hijo mayor de Laureano), confiesa el cineasta y resulta que Wesley quiere ser como yo». Laureano, a quien la epidemia de suicidios, a punto estuvo de tocar en lo más íntimo, cuenta que en su comunidad seis hermanas se mataron una tras otra. Esto de los suicidios se contagia como la gripe, diagnostica Laureno. Angelina, su mujer, hubiese querido hablar más con Sergio, pero a ella «le falla la pronunciación», traduce Laureano, que habla un español precioso empleando como hace los pronombres y las preposiciones corridos de un casillero, lo que unido a su mapa mental singular convierte su hablamiento en un discurso poético de primer orden.
Cuando se despide de Laureano, a la hora de regresar a Bogotá y dar por concluida la película, Sergio lo abraza y le hace una última pregunta. Es la pregunta que lo ha llevado hasta la Amazonía a filmar, la pregunta definitiva: ¿Crees que algún día llegaré a convertirme en un indino? Claro, responde Laureano, el mismo día en que yo sea norteamericano.
Para rebajar un palmo el exotismo de la selva y acercarse a las emociones Guataquira filma en blanco y negro. El mayor mérito del cineasta sin embargo es intimar con Laureano Gallego y por esa vía darlo a conocer. Y no sólo por eso el premio Magritte al mejor documental que recibió en 2024 parece muy justificado.