Un crepúsculo fordiano en Buenos Aires
SOMOS LO QUE SEREMOS me digo a veces cuando me dan noticias de alguien a quien conocí en aquel entonces y esas nuevas que me dan me parecen viejas porque confirman lo que intuía. Todavía me funciona la intuitiva, me digo, y no debería. Somos o no somos, digo mejor, soltando el palíndromo que no falte.
«Somos lo que vimos» escribe por su parte Jorge Fernández Díaz en este libro sobre su padre, haciendo referencia al largo rosario de películas que vio con su familia en una tele en blanco y negro en su infancia y la relación que se va dando entre esas historias y las vidas de esos espectadores, un vínculo que no siempre va en el sentido convenido: «Es al revés de lo que nos vendieron —suspiró Moe—. Es la realidad la que copia a las películas». Moe, ya se ve, los personajes del libro se cubren con nombres de cine: Moe, Susan, Orson, Spencer, Olivia...
El secreto de Marcial es la historia de un asturiano en Buenos Aires contada por su hijo y si con esos parámetros no me interesa a mí, no sé a quién más podría interesarle. Pues resulta que también le interesó al jurado del Premio Nadal y así es como el libro se presenta en las mesas de las librerías en altas y envidiables pilas que no duran nada.
«Cada padre es un enigma y todo hijo necesita resolverlo», dice la contratapa del libro. Y el autor, graduado en la infancia en el cine de Hollywood y fogueado profesionalmente en la prensa argentina es un buen expositor de enigmas y en todo caso un gran contador de historias «de criaturas anónimas luchando por una felicidad resbalosa», como bien dice. Y no sólo. También puede evocar en el tono justo la vida como iba entonces y como acaba por ir ahora:
«Estoy narrando un mundo que ya no existe: a casi todos aquellos asturianos los derrotó la enfermedad o la muerte, y las crisis recurrentes de este país de adopción fueron expulsando a muchos de sus hijos y nietos. Sucedió, para colmo, algo también inevitable: los herederos de aquellos desterrados se volvieron definitivamente argentinos, y eso los alejó de los antiguos ritos de sus antepasados. Mientras escribo todo esto, recuerdo aquellas carcajadas y seducciones del apogeo y aquellos ojos brillantes o turbios, aquellas vanaglorias y aquellas modestias, aquellos llantos y aquellas lluvias; aquellas peñas ruidosas de invierno, con sidra y cantares a capela; aquellos atardeceres del río, que se parecían tanto a los crepúsculos fordianos. Si algo tan fuerte y vívido puede acabar y no dejar rastro, será nomás que todo acaba al fin.»
¿Cuántos corazoncitos le doy? Pues, todos los que quepan. Hoy me he leído la historia de Marcial de la salida del sol a la puesta, que ha acabado por parecerse a un crepúsculo fordiano, también cómo no.