Por un plato de lentejas

 



¿QUÉ BICHO LE PICÓ al matemático Ramanujan para dejar a sus invitados con la boca abierta?

Se conoce como choc cultural ese momento de desconcierto que vive una persona ante la reacción de otra culturalmente diferente, reacción que juzga inapropiada o al menos incomprensible. Intentar entender mejor esas situaciones para ver qué nos dicen sobre nosotros y nuestra relación con el otro ha llevado a desarrollar ejercicios más o menos metódicos de análisis en los que trabajé yo mismo durante unos años. 


Recordé todo esto leyendo El contable hindú, la novela de David Leavitt que cuenta el paso de Srinivasa Ramanujan, lumbrera india de las matemáticas, por el Cambridge de inicios del siglo XX. Como no podría ser de otra manera, todo el recorrido de Ramanujan en Inglaterra está jalonado de incomprensiones múltiples pero hay una que resulta particularmente curiosa y tal vez por lo mismo decidora. La expongo en dos palabras: 


Sólo hay un puñado de indios en Cambridge en ese entonces, de modo que cuando uno de ellos decide casarse, los otros se movilizan para estar a la altura del festejo. Ramanujan, nuestro matemático, se hace cargo de preparar una cena. Conseguir los ingredientes necesarios para un presentar un menú propio de brahmanes del sur de la India no es fácil en la Inglaterra de la época, de modo que la preparación de la comida le lleva a Ramanujan varios días de faena. Pues bien, en lo mejor del banquete, al que además de los amigos indios de los novios acude su mentor, el matemático inglés Harold Hardy, Ramanujan desaparece. 


Acababa de preguntarles a los comensales si querían repetirse el rasam, la sopa de lentejas y tamarindo que ha preparado con esmero, cuando de pronto no se le ve más. A partir de su espantada se acaba la fiesta y los invitados se ponen a buscarlo. Hay que decir que Ramanujan ha sido hasta entonces un modelo de discreción y compostura. No quiero fisgonear ni está obligado a responder, pero nos quedamos todos preocupados cuando se marchó, le dice su mentor cuando al cabo de unos días Ramanujan reaparece. ¿Por qué lo hizo? 


Ramanujan responde que se fue por las señoras, que tanto la novia como la amiga de la novia le faltaron el respeto cuando rehusaron repetirse el plato de rasam que él les estaba ofreciendo. «Me sentí herido e insultado, confiesa, y me fui por pura desesperación. No quería volver. Por lo menos mientras ellas estuvieran allí». 


¿Cómo cabe explicarse su conducta, qué bicho le picó al templado matemático para dejar a sus invitados plantados y con la boca abierta? El método de análisis reclama precisamente método, esto es poner entre paréntesis las explicaciones que se nos vienen a la cabeza de buenas a primeras y que echan mano a lo que ya sabemos o a lo que creemos saber sobre los demás. En este caso, que los indios son raros y lo son particularmente en materia de alimentación. 


Releo la descripción del incidente y sin intentar dar con la respuesta podría apuntar el supuesto de que si la boda se celebrase en la India la conveniencia de la situación descansaría sobre muchas manos y no sólo en las del encargado de preparar y servir un rasam que cumpla los requisitos exigidos por la costumbre. Las reticencias de la novia y de su amiga a acordar esa aprobación—de ellas precisamente— le indican a Ramanujan que a pesar de sus esfuerzos no lo ha conseguido. A falta de poder explicitar la desazón que esto le provoca, su manera de expresarla es no montar un número sino desaparecer, aunque irse de la fiesta es ya montar un número puesto que, como se dice, no se puede no comunicar.   


Ramanujan esperaba si no reproducir un banquete de boda del sur de la India en el centro de Inglaterra al menos conservar lo esencial de éste, la pureza de los alimentos y la manera de tomarlos. No haberlo logrado lo obliga a imponer una distancia entre él y los testigos del incidente, lo que da la medida del desajuste que percibe entre su condición de emigrante y la imagen de sí mismo y del respeto que le es debido. 


En la India, como digo, probablemente un incidente como este si se diera se daría muy de otra manera, porque el peso de la cultura estaría mejor repartido. En la situación del expatriado muchas veces no hay más que él para portar ese peso, una carga que puede resultar abrumadora y obligarlo a salir cascando por un plato de lentejas.

Entradas populares de este blog

Si vas a París te recomiendo la torre Eiffel

El tiempo y unos altramuces

Leyendo la palma de la mano de Santiago