En los trópicos la proporción se invierte

 

LOS CAZADORES arrastran al leopardo muerto hasta la aldea más próxima. Allí los aldeanos le quitan la piel que, una vez curtida, es lo único que los cazadores conservan de la presa. Antes de desollarlo los lugareños hacen desaparecer los bigotes del felino, que venderán a precio de oro en el mercado de amuletos. 

Esta es una entre las mil y una anécdotas que hormiguean en esta novela birmana. Tengo la mala costumbre de dibujar flechas en los bordes de las páginas para retener lo que me parece interesante. El número de flechas viene siendo así la medida del interés de une libro. Este ha quedado tan saeteado como un Sebastián pintado por un barroco.

Un coronel inglés no usa mosquitero porque al dormirse está tan borracho que no siente las picaduras de los mosquitos. Y al amanecer los mosquitos ya no lo pican porque están completamente borrachos. 

Los campesinos birmanos no engrasan los ejes de sus carretas porque no tienen dinero para grasa aunque Orwell sospecha que no lo hacen también para que el chirrido de las ruedas aleje a los malos espíritus.

Un vendedor de libros indio recorre el norte de Birmania. Por cuatro centavos te cambia un libro por otro. Los colonos ingleses tratan de cambiarle una Biblia por un Agatha Christie. Pero él no acepta biblias. Es analfabeto pero sabe distinguir perfectamente una Biblia de una novela.

Cuando envejecen, los birmanos no se vuelven sueltos y ventrudos como los blancos sino que se rellenan como una fruta madura. 

Si llegan a sentarse bien, las birmanas se sienten mal.

La mayoría de la gente se siente cómoda en un país extranjero sólo si puede hablar mal de sus habitantes. 

Para el empleado doméstico de un inglés soltero en los trópicos es indispensable saber desvestirlo sin despertarlo. 

En los trópicos, donde la proporción se invierte y es mejor atrapar a diez inocentes que dejar escapar a un culpable.


Orwell, tercero por la izquierda arriba, en Birmania, en 1923

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