El hijo de Marc Chagall se llama David McNeil


DAVID McNEIL es hijo del pintor Marc Chagall. Por qué se llama David McNeil y no David Chagall es parte del cuento, aunque no está de más saber que en su Bielorrusia natal su padre no se llamaba Marc Chagall sino Moïche Chagalov. Sobre este asunto nominativo y tras la lectura de este libro se abre una pista sencilla: la vida sentimental de los padres del niño David era compleja. 

Cuenta McNeil que a los cinco años él encontraba malo lo que su padre pintaba. Sus propios dibujos de niño, en cambio, sí que le gustaban. Un día en que estaba Joan Miró de visita, el pintor barcelonés lo miró dibujar y dijo esto: Me llevó sesenta años dibujar como David. Lo que lo reforzó al niño en la idea de que en materia de artes plásticas él lo hacia mejor que su padre.

Sin embargo cuando se hizo mayor David no quiso ser visto como el hijo del genio de la pintura que fue su padre y buscó su propio camino en la música y la escritura y lo encontró sobradamente. Chagall por su parte estaba consciente de su valía pero era humilde. Cuando lo llamaban Maître, Chagall miraba a su hijo y le decía por lo bajo: centimètre. Había salvado la vida en un pogromo, huido de dos guerras mundiales y pintado algunas de las obras más geniales de la pintura siglo XX y seguía siendo humilde.

Por si hasta ahora no se ha notado, hay que decir que David adora a su padre y consecuentemente detesta a su madrastra, al punto de que no la nombra en el relato más que por el pronombre. Elle acaparó al genio en su vejez, le hizo creer que seguía siendo pobre (quien nace pobre siempre teme volver a serlo) y lo empujó a pintar lo que se vendía mejor, gladiolos provenzales y otras flores de colores, y no viejos rabinos ni violinistas en los tejados bielorrusos. El violinista en el tejado, a propósito, no es que se hiciera el original, según McNeil, sino que el tejado venía siendo el único lugar en el que lo dejaban tocar.


                                            David McNeil entre su madre, Virginia McNeil, 
                                            y su padre, Marc Chagall
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Entre los libros que liquida la biblioteca de mi pueblo a cero-franco-cero-peseta los hay buenos y los hay muy buenos. Y están en perfecto estado y empastados las más de las veces. Este que comento ahora, Unos cuantos pasos en los pasos de un ángel, es una delicia, ligero, instructivo y divertido. 

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