Días de agosto en Lyon
DÍAS de sol radiante y calor seco y de luna creciente al atardecer y las primeras estrellas fugaces. La región se llama de los Montes leoneses. Desde estos montes que rodean Lyon bajan cuatro ríos que llevan agua hasta los dos grandes cursos de la planicie, el Saona y el majestuoso Ródano, que confluyen en Lyon y llevan el agua de los Alpes y los Vosgos al Mediterráneo. Tanta agua y sin embargo comienza a escasear y si las piscinas espejean todavía bajo el sol del mediodía los jardines se secan y de tarde en tarde se viene abajo un roble vapuleado por la sequedad.
Para resolver la cuestión del agua y hacerla llegar hasta lo alto de Lyon, que entonces era la capital de la Galia romana, los galo-romanos inventaron en esta tierra el puente-sifón, artilugio que les permitía superar las desnivelaciones del terreno sin tener que elevar los acueductos en demasía. Los vestigios de estos acueductos impresionan con sus juegos de teselas sobrevivientes en medio de un paisaje bucólico cuyas escenas son puro Cézanne, tan lejos de las que pintaría un paisajista del norte como Ruysdael, por nombrar uno.
La Lyon romana se convirtió en el medioevo en un vivero de iglesias y abadías y luego vino la industria de la seda y más tarde el absolutismo y luego la revolución abrió la vía a las industrias y la república al paisaje humano que se despliega hoy en sus plazas y avenidas, que en nada desentona con el que podríamos ver del otro lado del mar, en Argel o Alejandría, por decir algo, en la Kabilia, en Indochina o en las Antillas, un batiburrillo de morenas y rosados y las combinaciones.
Supongo que el amor por Lyon en el verano sumergido en una piscina no resistirá al largo y frío invierno de la ciudad pero igual es intenso. Al borde de esa misma piscina se pelean las lagartijas enervadas por el calor de las tardes y las hormigas van detrás de las moras maduras que al caer ruedan por el pavimento.
En el camino de regreso nos detenemos a estirar las piernas a la hora en que la luna se pone, circunstancia que aprovechan los zancudos para hacer sangre. Gloria y condena. El animal nos abre las puertas del firmamento y el animal nos cierra las puertas del firmamento, como cantaría Moustaki si lo hubiese llegado a pensar Sri Aurobindo.