El incomido
Pensando bien la cosa, supondremos que el río
era azulejo entonces como oriundo del cielo
con su estrellita roja para marcar el sitio
en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.
Esto porque El Entenado cuenta la historia de un recién desembarcado, como Díaz, al que, tras comerse a su capitán y a sus compañeros en guisa de bienvenida, los indios no se comieron. Por qué no se lo comieron los indios lo explica el incomido al final de la aventura, aunque su respuesta quede sujeta a interpretaciones.
Los argentinos llaman a Juan Díaz de Solís «el comido» y, como Saer no tiene a bien dar un nombre al entenado, bien podríamos llamarlo no sé si el incomido o el ayunado. Porque, ¿cuál es el antónimo de comido?
El entenado no ayunó, como Juan Díaz, sino que fue ayunado. A partir de esta circunstancia, Saer elabora una metafísica de la antropofagia, es decir que viene a mostrar que los indios levantan su cosmogonía sobre este detalle del comer o ser comidos, puesto que pasaron de comerse a sí mismos a comerse a los de la tribu del frente o a los recién desembarcados. «Empezaron a sentirse los hombres verdaderos cuando dejaron de comerse entre ellos» porque «por lejanos y vagos que pareciesen los hombres que devoraban, la única referencia que tenían para reconocer el gusto de esa carne extranjera era el recuerdo de la propia».
Lo que no impedía que «cuando empezaban a masticar, el malestar crecía en ellos porque esa carne debía tener, aunque no pudiesen precisarlo, un gusto a sombra exhausta y a error repetido».
El relato se abre con esta frase extraordinaria: «De esas costas vacías me quedó sobre todo la abundancia de cielo». Y sobre ese mismo cielo dice más adelante el entenado: «Era una noche sin luna, muy oscura, llena de estrellas; como en esa tierra llana el horizonte es bajo y el río duplicaba el cielo yo tuve, durante un buen rato, la impresión de ir avanzando, no por el agua, sino por el firmamento negro».
Entenado significa hijastro, antenato, nacido antes. Al entenado de Saer también le vale el nombre que le da el cura que lo pastorea cuando regresa a su tierra como muerto en vida: el abandonado. Así tituló el informe sobre su caso: Relación de abandonado. La traducción francesa, por su parte, le hace el quite a la dificultad llamándolo L'Ancêtre (El ancestro). Hay unos cuantos entenados que se perdieron un día en una tribu y regresaron transformados o nunca regresaron: Gonzalo Guerrero en Yucatán, Narcisse Pelletier en Australia...
El procedimiento del que se vale Saer para escribir este relato es el mismo que emplea Eco con Adso de Melk, el del viejo lobo de mar que al final de sus días cuenta sus aventuras cuando era grumete. Es una fórmula vieja como el mundo, pero si señalo a Eco es porque El Nombre de la rosa es de 1980 y El Entenado de 1983, por lo que no me sorprendería que Saer hubiese leído a Eco justo antes de escribir su novela.
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PS/ ¿Cómo llegué a este libro? Me lo recomendó fervorosamente Tal Pinto en Santiago de Chile. Tenía razón.
PS 2/ Lo que hemos podido reírnos en la vida por la manera tuntunesca de poner las comas de Saramago. Saer no las pone al tuntún sino que las pone y las repone. Y por si quedan dudas, las vuelve a poner.
PS 3/ Dan ganas de conocer el historial editorial de este libro que tiene tantas ediciones y portadas buenas y malas. A la que escojo para ilustrar estas líneas tal vez sólo le sobran los atributos del entenado —las calzas, la bota.