Desde el fin del mundo sobre el fin del mundo
NO TENGO fuerzas para rendirme, afirma Bruno, un personaje de uno de los relatos de Adolfo Estrella. Dos relatos más adelante, un pintor descreído se ciega a sí mismo con los cascotes de la botella de vino en la que se ha gastado el dinero que tenía para comprar pintura. ¿Es esa su manera de rendirse o de no rendirse?
El Renacimiento supuso un rencuentro con la fe que el ser humano tuvo en sí mismo durante el clasicismo greco-romano. El romanticismo que lo sucedió representó por su parte una ruptura radical con ese optimismo: poco puede el hombre frente a la desmesura de la naturaleza.
Dos siglos más tarde tal vez estemos viviendo una secuencia similar. La posguerra, los llamados treinta años gloriosos, fue un periodo en el que la fe en la mejora sustancial de las condiciones de vida de la población, en el progreso de la humanidad, fue mayoritaria. Y a esa fe renacentista la ha seguido el llamado ecopesimismo, la creencia en la inminencia del colapso.
Los trece relatos de este libro pintan unos seres cegados no ya por la inminencia de la catástrofe sino por el colapso mismo, al que nos acomodamos como podemos. Mal. Así, hasta que en el último párrafo del último relato se entera uno de que en algún lugar de este mundo calamitoso que corre a su pérdida hay una joven que se llama Alondra, a la que el observador de pájaros alienta para que cambie el destino.
Este libro está muy bien escrito y el narrador es tan ágil como austero, dice en el prólogo Jaime Collyer. Añadiría que se trata de narraciones sobre el fin del mundo escritas desde el fin del mundo, que tal vez sea el lugar más pertinente para hablar con ese tono de una cuestión tan radical como es el fin de los tiempos.